jueves, 9 de febrero de 2012

CAPITULO 1




CAPITULO 1

Los grandes ojos de la muchacha parecían magnificados por las lágrimas.

Lali: no me toques- murmuró, con los puños cerrados y la espalda rígida. Parecía muy pequeña, con el espeso cabello oscuro suelto sobre la espalda y vestida con un camisón infantil.
Benja: Lali, debes obedecerme.
Lali: ¡No me hables así! ¿Cómo te atreves a darme órdenes después de las cosas que has dicho?- miró a su tío- Nunca tendrás mi dinero. ¿Me entendés? ¡Ninguno de los dos tendrá un solo céntimo de mi dinero!- Barto empezaba a recobrarse.
Barto: ¿Y cómo esperas tenerlo tú?- sonrió- Si no te casas con Amadeo, no podrás tocar ese dinero en cinco años. Hasta ahora has estado viviendo de mis ingresos pero te advierto que si te niegas a casarte con él te arrojaré a la calle, puesto que de nada me servirías. Lali se llevó las manos a la frente e intentó pensar con claridad.
Benja: sé sensata, Lali- pidió apoyando una mano en el hombro de la joven, ella se apartó.
Lali: no soy como has dicho- murmuró- No soy tonta, sé hacer cosas. No tengo por qué aceptar la caridad de nadie.
Benja: por supuesto que no- concordó en tono paternal.
Barto: ¡Déjala en paz!- exclamo- De nada sirve tratar de razonar con ella. Vive en un mundo de ensueños, igual que su madre- la tomó del brazo y se lo apretó con fuerza- ¿Sabes lo que han sido para mí estos últimos dieciséis años, desde la muerte de tus padres? Te he visto comer mi comida y usar la ropa que yo pagué, y todo ese tiempo vos estabas sentada sobre millones, ¡millones! que yo jamás podría tocar. Aun cuando llegaras a la edad en que podrías heredar, ¿qué motivos tenía yo para pensar que me darías algo?
Lali: te lo habría dado. ¡Sos mi tío!
Barto: ¡Ja, ja!- la empujó hacia la pared- Te habrías prendado de algún petimetre disfrazado y él lo habría gastado todo en cinco años. Simplemente decidí darte lo que querías y al mismo tiempo asegurarme de obtener lo que yo deseaba.
Benja: ¡Espera un momento!- exclamó- ¿Acaso me estás llamando...? En ese caso...- Barto lo ignoró Barto: ¿Qué decides? O te casas con él, o te marchas ahora mismo.
Benja: no podes...
Barto: por supuesto que puedo y voy a hacerlo. Estás loco si crees que voy a mantenerla otros cinco años sólo por gusto.

Aturdida, Lali miró a uno y luego al otro. Benjamín, gritaba su corazón. ¿Cómo había podido equivocarse tanto con él? No la amaba, sólo quería su dinero. Había hablado de lo horrible que sería casarse con ella.

Barto: ¿Cuál es tu respuesta?- insistió
Lali: haré las maletas- murmuró
Barto: no te llevarás la ropa que yo pagué

A pesar de lo que parecían creer esos dos hombres, Mariana Esposito tenía mucho orgullo. Su madre había huido de su casa y se había casado con un empleado pobre, no obstante, trabajó con él, creyó en él y juntos hicieron una fortuna. Cuando nació Lali, su madre tenía cuarenta años, dos años después, murió junto con su esposo en un accidente de navegación. Lali había quedado a cargo de su único familiar: el hermano de su madre. Con los años, la niña no había tenido motivos para demostrar el espíritu que había heredado de su madre.

-Me marcho- respondió en voz baja
Benja: Lali, sé razonable, ¿A dónde irás? No conoces a nadie.
Lali: ¿Acaso debería quedarme y casarme contigo? ¿No será una vergüenza para ti tener una esposa tan ignorante?
Barto: ¡Déjala ir! Ya volverá, que vea un poco cómo es el mundo, verás cómo vuelve.

Lali comenzaba a desanimarse con rapidez al ver el odio en los ojos de su tío y el desprecio en los de Benjamín. Antes de cambiar de parecer, antes de caer de rodillas ante Benjamin, dio media vuelta y salió de la casa. Afuera estaba oscuro y el viento del mar movía las ramas de los árboles. Lali se detuvo en el umbral y levantó la frente. Lo lograría. Por mucho que le costara, les demostraría que ella no era una persona inútil, como ellos parecían creer. Las piedras estaban frías bajo sus pies al alejarse de la casa. Se negó a pensar en el hecho de que estaba en público, por oscuro que estuviera, vestida sólo con su camisón. Algún día, pensó, volvería a esa casa con un vestido de raso y plumas en el cabello, y Benjamín se arrodillaría ante ella y le diría que era la mujer más bella del mundo. Claro que, para entonces, ella ya tendría renombre por sus brillantes fiestas y sería favorita del rey y la reina, celebrarían su ingenio y su inteligencia, además de su belleza.

El frío era tan intenso que empezaba a vencer a sus sueños. Se detuvo junto a una cerca de hierro y se frotó los brazos. ¿Dónde estaba? Recordó que Benjamin había dicho que había estado prisionera y era verdad. Desde los dos años de edad, rara vez había salido de la casa Esposito. Su única compañía había sido una serie de criados e institutrices asustadas y su único lugar de recreo había sido el jardín. A pesar de estar sola, rara vez lo sentía. Empezó a sentirse sola cuando conoció a Benjamín. Se apoyó contra el frío hierro de la cerca y hundió la cara en las manos. ¿A quién trataba de engañar? ¿Qué podía hacer, sola en la noche, y en camisón?

Levantó la cabeza al oír pasos que se acercaban. Una sonrisa brillante le iluminó la cara: ¡Benjamín venía a buscarla! Al apartarse de la cerca, la manga de su camisón se enganchó en el hierro y se le desgarró en el hombro. Lali no hizo caso y echó a correr en la dirección desde la cual provenían los pasos.

-Hola, niñita- dijo un joven de vestimenta pobre- .¿Has venido a saludarme, lista para acostarte?- Lali se apartó de él y tropezó con el dobladillo de su camisón- No debes tener miedo de Charlie- dijo el hombre- No quiero nada que vos no quieras.

Lali echó a correr. Su corazón latía a más no poder y la manga se desgarraba un poco más con cada movimiento. No tenía idea de dónde iba, si corría hacia algo o para alejarse de algo. Aun cuando cayó la primera vez, no disminuyó la velocidad. Tuvo la impresión de que pasaron horas enteras hasta que llegó a un callejón y permitió que su corazón se calmara lo suficiente para ver si oía los pasos del hombre. Todo parecía estar en silencio, de modo que apoyó la cabeza contra la húmeda pared de ladrillos y aspiró el olor salado del mar. Oyó risas a su derecha, un portazo, un entrechocar de metal y los chillidos de las gaviotas.

Miró su camisón y vio que estaba desgarrado y lleno de lodo, tenía barro también en el cabello y supuso, en la mejilla. Trato de no pensar en su aspecto, pues deseaba dominar el miedo. Tenía que huir de ese lugar pestilente y hallar refugio antes de la mañana, un sitio donde pudiera descansar y estar a salvo. Se arregló el cabello como mejor pudo, recogió los trozos desgarrados de su camisón, salió del callejón y se encaminó hacia donde había oído las risas, tal vez allí encontraría la ayuda que necesitaba. Minutos después, un hombre trató de tomarla del brazo. Cuando se apartó de él, otros dos aferraron su falda, el camisón se desgarró en tres lugares.

Lali: No- murmuró, apartándose de ellos.

El olor a pescado era cada vez más intenso y la oscuridad era densa como el terciopelo. Nuevamente echó a correr, seguida de cerca por los hombres. Al mirar atrás, vio que la seguían varios hombres sólo la seguían, sin darse prisa, como para fastidiarla. En un momento estaba corriendo y al siguiente, sintió como si se hubiera topado con un muro de piedra. Cayó al suelo como si la hubiesen arrojado por una ventana.

-Peter- dijo un hombre- Parece que la has dejado sin aliento- una enorme sombra se inclinó sobre Lali y una voz profunda le preguntó:

Peter: ¿Te has hecho daño?

CONTINUARÁ…


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