CAPITULO 33
Lali
estaba reclinada sobre los cojines en la angosta litera, débil y temblorosa,
mientras Peter le aplicaba compresas frías en la frente. Lo miró con gratitud y
sonrió lo mejor que pudo.
Lali:
Qué momento para descomponerme- murmuró.
Sin
decir nada, Peter continuó auxiliándola. Lali estaba callada, demasiado débil
para moverse. Personalmente, presentía que aquella indisposición tenía que ver
con lo que ocurría en su mente. Claro que no podía mencionárselo a Peter pero
la asustaba mucho la idea de llegar a América, de estar sola en un país extraño
con gente que hablaba un idioma que a veces le costaba entender.
Había
pasado casi un mes desde la tormenta y desde entonces, no había hecho mucho, salvo
ayudar a Sarah con la costura. Ya no coqueteaba con Gastón Dalmau ni trataba de
provocar los celos de Peter. En cambio, había pasado el tiempo con él:
comiendo, haciendo el amor y conversando. Descubrió que Peter era un estupendo
narrador y la entretenía con largas historias acerca de sus amigos. Le habló de
Rocio y Pablo Martínez, de quienes le contó una extraordinaria historia acerca
de que Pablo había estado casado con una mujer, una aristócrata francesa y
comprometido con otra. La forma en que Peter lo contaba hizo reír a Lali hasta
las lágrimas, especialmente por las travesuras de los sobrinos de Pablo.
Le
habló de su hermano, Estefano, y Lali tardó varios días en comprender que Estefano
era un muchacho y no un niño pequeño. En silencio, ofreció una plegaria de
apoyo para cualquier persona que tuviera que vivir bajo el dominio de Peter. Le
habló también de los Backes y de todos los demás que vivían río arriba y río
abajo.
Lali
lo escuchaba con interés, glosando las historias de Peter con su imaginación.
Al imaginar a esa gente, veía casuchas rústicas, mujeres con sencillos vestidos
de percal incluso fumando en pipas de mazorca, a los hombres, los imaginaba
como simples granjeros trabajando en los campos. Con una sonrisa de confianza,
deseó que aquellas personas no fueran a tratarla como un miembro de la realeza
sólo por la ropa bella y costosa que llevaba.
Gracias
a las historias de Peter y a la fantasía de Lali, que las realzaba, el largo
viaje pasó volando, y esa semana era la primera en que Lali se preocupaba. No
sabía si era esa preocupación lo que le había provocado el vómito o viceversa.
Lo único que sabía era que de pronto se hallaba muy indispuesta y débil,
tendida en la litera, mirando al techo, con el estómago revuelto.
Peter
se había portado de maravilla desde el comienzo de su enfermedad. La había cuidado,
le lavaba la cara y se encargaba de que descansara. Incluso había suspendido su
trabajo con la tripulación y no la dejaba sola por más de unos minutos. Lali
sabía que todas esas atenciones eran una manera de despedirse de ella. La ropa bonita
y esas atenciones de último momento eran la recompensa de Peter por el placer
que ella le había dado durante el viaje a América. Ahora podría librarse de
ella, volver con su familia y sus amigos, y nunca tendría que volver a verla.
Ya no tendría que soportar que coqueteara con otros hombres ni que fuera una
persona inútil.
Las
lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. ¿Por qué no la había dejado en Inglaterra,
donde al menos conocía las costumbres de la gente? ¿Por qué había tenido que
obligarla a ir a aquel extraño lugar para luego abandonarla como a un desecho?
Tenía
intenciones de decirle lo que pensaba de él, pero en cuanto Peter regresó al camarote
volvió a tener náuseas y olvidó su enfado.
Peter:
Acabamos de divisar tierra- dijo mientras la abrazaba y la acunaba contra su pecho
cálido y reconfortante
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