CAPITULO 37
Lo único
que quería hacer era dormir, tal vez al día siguiente podría pensar con más
alegría en su bebé y en ser la esposa de Peter. Cuando la carreta se detuvo, Lali
estaba casi dormida y apenas despertó cuando Peter la levantó en brazos y la
llevó por una escalera.
Lali:
¿Llegamos?- murmuró.
Peter:
Todavía no- respondió con seriedad- Estamos en una posada, por la mañana iremos
a casa.
Lali
asintió y se acomodó contra él. Al menos ésa era su noche de bodas. Peter
podría no saber cómo debía celebrarse una boda, pero sí sabía hacer la mejor
noche de bodas que una mujer pudiera imaginar. Tendida en la cama donde él la
dejó, lo oyó subir los baúles por la escalera. Quizá no fuera tan malo estar
casada con Peter al menos, ya no tendría que preocuparse por que la abandonara.
Sonrió al sentir los labios tibios de Peter en su mejilla.
Peter:
Volveré en un momento- murmuró y ella se estremeció- Descansa, pues lo necesitarás.
Al
cerrarse la puerta tras él, Lali se desperezó, colocó las manos bajo la cabeza
y miró al techo, sin verlo en realidad. Era su noche de bodas. El año anterior
se había casado una de las criadas de su tío y al día siguiente todos la
acosaban con bromas pero la muchacha estaba tan radiante que nada le molestaba,
ahora Lali entendía por qué.
De
pronto, se incorporó en la cama. Era verdad que esperaba un bebé y que ya no
era virgen pero se sentía como si lo fuera. Con una mirada de adoración hacia
la puerta cerrada, pensó en lo bueno que había sido Peter al permitirle ese
momento a solas para prepararse. En el viejo vestidor que había en un rincón de
la habitación le esperaba una tina con agua caliente y supuso que Peter había
enviado a alguien por delante para preparar su llegada. Incluso le había dejado
sobre el tocador las llaves de los baúles.
De
prisa, porque sabía que Peter estaría impaciente en su noche de bodas y no
tardaría mucho en llegar, abrió su baúl y buscó entre la hermosa ropa que
habían cosido Sarah y ella. Casi en el fondo había una bata de fina seda con un
ligero brillo plateado. Era translúcida, sin revelar demasiado. Había estado guardándola
para una ocasión como ésa.
Se
desabrochó con rapidez el vestido de lino, sin pensar en que había sido su
traje de boda. Al menos en su noche de bodas sí podría lucir algo elegante. Se
desnudó y comenzó a lavarse, riendo todo el tiempo. Luego se puso la bata y se
estremeció de deleite al sentirla sobre su piel. Era suave, acariciante y se
adhería a sus curvas en los lugares adecuados. Se acercó al espejo y se
sobresaltó un poco al ver cómo sus pechos levantaban con impudicia la hermosa
tela, los pezones rosados eran apenas visibles, pero, de alguna manera, se
destacaban. Sí, pensó. A Peter le encantará esta bata.
Sacó
del baúl el cepillo con armazón de plata que le había regalado Peter. Se soltó
el cabello y lo dejó caer libremente a su espalda. Se alegró de no habérselo
cortado nunca como lo habían hecho tantas mujeres desde la revolución en
Francia. Se lo cepilló de prisa y corrió a la cama pues sabía que ya se había
retrasado bastante. Se sentía tan impaciente como seguramente lo estaría Peter.
Una
vez en la cama, adoptó lo que supuso era una pose seductora, medio reclinada
sobre las almohadas, con un brazo extendido y apoyando apenas los dedos de la
otra mano en su hombro. Con lo que esperaba que fuera una expresión sofisticada,
miró lánguidamente hacia la puerta.
Era
tarde y la posada estaba en silencio pero cada vez que oía el más leve crujido
de madera sonreía al imaginar la expresión de Peter cuando entrara. Cada vez
que pensaba en él arqueaba la espalda un poco más, sacando pecho. No dejaba de
recordar las palabras de Benjamin al imaginar su noche de bodas con ella,
acerca de que seguramente lloraría como una criatura. Esa noche, aunque
Benjamin nunca lo supiera, demostraría que se equivocaba.
Esa
noche sería una seductora, una mujer que sabía lo que quería... y lo
conseguiría. Peter se pondría de rodillas, temblando como gelatina y ella sería
su dueña. Tal vez fuera la posición incómoda de su espalda lo que primero le
causó dolor. Luego comprendió que le dolía un brazo y se le había adormecido la
cadera. Se movió un poco, bajó el brazo y empezó a salir de su mundo de
ensueño. Era una experta en huir de la realidad durante largos lapsos y se
preguntó cuánto tiempo había estado en esa posición.
Miró
a su alrededor y vio que no había reloj y tampoco había luna fuera. La vela que
estaba junto a la cama, que era nueva, estaba varios centímetros más corta.
¿Dónde estaría Peter? se preguntó, al tiempo que echaba a un lado las mantas y
se dirigía a la ventana. No creería que ella necesitaba tanto tiempo para
prepararse. Hubo un relámpago que iluminó por un instante el patio vacío de la
posada. En pocos minutos empezó a caer una llovizna suave y Lali se estremeció
por el aire frío que se filtraba por la ventana.
Volvió
a la tibieza de la cama y miró a su alrededor. Se le ocurrió que esa habitación
se parecía mucho a aquélla en que Peter la había tenido encerrada en
Inglaterra. Entonces ella era su esclava, y ahora era su esposa. Claro que no
tenía anillo y el juez había firmado el papel sólo con Peter pero ella esperaba
un hijo y estaba segura de que él volvería por eso.
La
idea de que no volviera la hizo fruncir el ceño. ¿Por qué se le habría cruzado
por la mente una idea tan absurda? Peter era un hombre de palabra, y se había
casado con ella: Un hombre honrado, murmuró. ¿Acaso los hombres honrados
secuestran mujeres y las llevan a América contra su voluntad?.
CONTINUARÁ...
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