CAPITULO 38
Él le
había dado razones por las que la obligaba a acompañarlo pero tal vez lo único
que quería era alguien que le entibiara la cama en el largo viaje por mar. ¡Y
ella sí que lo había hecho! Casi habían hecho arder la cama y ahora ella
llevaba en su vientre el producto de ese fuego.
Empezó
a llover más fuerte, y las gotas golpeaban contra la ventana oscura, con la
lluvia se acrecentó la desesperación de Lali. Peter nunca la había querido. Se
lo había dicho cientos de veces. Incluso cuando estaban a bordo del barco, él había
tratado de averiguar su identidad para poder deshacerse de ella. Era igual que
Benjamin y su tío Barto: ellos tampoco la querían.
Las
lágrimas empezaron a caer por sus mejillas a la par de la lluvia. ¿Por qué se
había casado con ella? ¿Acaso Peter se había enterado de su herencia? La había
llevado a América, de inmediato se había casado con ella, y ahora que tenía ese
papel y podía reclamar el dinero ya no quería verla. La había abandonado en un
país extraño sin dinero, sin ayuda y, tal vez, con un bebé al que cuidar.
Se le
echó a llorar con furia, dando puñetazos a la almohada, sacudiéndose por los
sollozos. Luego empezó a aquietarse y las lágrimas se volvieron más lentas, a
medida que la furia se convertía en desesperanza y se preguntó por qué no era
digna de que la amaran. Fuera, la lluvia se convirtió en un denso aguacero y
horas más tarde, ese sonido la arrulló hasta que cayó en un sueño profundo. No
oyó los primeros pasos en la escalera y lo que finalmente la despertó fueron
los fuertes golpes en la puerta.
Peter:
¡Abre esta maldita puerta!- rugió una voz que sólo podía ser de Peter. Era
obvio que no le preocupaban los demás huéspedes.
Lali
sentía la cabeza pesada como un trozo de granito. Trató de incorporarse y miró
con los ojos hinchados hacia la puerta que amenazaba romperse con los golpes de
Peter.
Peter:
¡Lali!- el grito la hizo volar hasta la puerta. Giró el pestillo y dijo,
aturdida.
Lali:
Está cerrada con llave.
Peter:
La llave está sobre el tocador- respondió, disgustado.
Apenas
había abierto la puerta cuando Peter irrumpió en la habitación... pero Lali
casi no pudo verlo, pues estaba detrás de la mayor cantidad de flores que ella
había visto en su vida. Como era aficionada a la jardinería, reconoció muchas
de ellas: tulipanes, narcisos, lirios, violetas, tres colores de lilas y unas
rosas bellísimas y perfectas. Estaban totalmente desordenadas: algunas colgaban
detrás de Peter, delante de él, algunas atadas en ramos, otras sueltas y
caídas, algunas cubiertas de lodo, otras ajadas por la lluvia. Aun cuando Peter
se detuvo, las llores caían a su alrededor como hermosas gotas de lluvia. Peter
avanzó, con lo cual esparció más flores y pisó algunas, las arrojó a todas
sobre la cama y entonces Lali vio que estaba cubierto de Iodo... y muy
enfadado.
Peter:
¡Malditas cosas!- exclamó, al tiempo que sacaba un ramillete de violetas del
cuello de su camisa y lo arrojaba a la cama- Nunca pensé que podría odiar las
flores, pero esta noche quizá haya cambiado de parecer.
Al
quitarse el sombrero, cayó agua al suelo. Con disgusto, sacó tres lirios enanos
del sombrero y los arrojó con el resto. Hasta entonces apenas había mirado a Lali
y era tan grande su furia que ni siquiera reparó en la bata ni en el resplandor
que provocaba el sol naciente bajo la seda. Con pesadez, se sentó en una silla
y empezó a quitarse las botas, pero antes se levantó y con una mueca, quitó de
la silla una rosa con espinas.
Peter:
Lo único que pensaba hacer era un simple viaje al norte- explicó mientras se
quitaba una bota, de la que cayó más agua- Un amigo mío tiene un invernadero y
vive a apenas ocho kilómetros de aquí. Y como una novia debe tener flores, se
me ocurrió traerte algunas.
Aún
sin mirar a Lali, se quitó la chaqueta empapada y sucia. De ella cayó una
cascada de flores aplastadas, a medio deshojarse. Peter las ignoró con una
indiferencia obstinada.
Peter:
A mitad de camino empezó a llover- prosiguió- Pero seguí viaje y cuando llegué,
mi amigo y su esposa se levantaron de la cama y personalmente me cortaron las
flores. Vaciaron todo el jardín y el invernadero.
A
continuación se quitó la camisa empapada, y más flores cayeron sobre la pila considerable
que tenía a los pies.
Peter:
Los problemas empezaron a la vuelta. Al maldito caballo se le salió una
herradura y tuve que caminar por esa tira de barro. No podía buscar quien me lo
herrara y perderme mi propia noche de bodas.
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